El sur de Francia está salpicado de ciudades y de pequeños y deliciosos pueblos que merece la pena conocer por su arquitectura, por el entorno natural en el que están enclavados o por la gastronomía que ofrecen, Ejemplos tenemos varios, como Pau, Oloron, Oloron-Sainte-Marie o Sauveterre-de Béarn.

Si este verano quieres descubrir otra localidad, que podríamos decir que es la más bonita de toda esta zona del sur de Francia, puedes fijar tu objetivo en Salies-de-Béarn, conocida como ciudad de la sal. Esta pequeña ciudad, que bien podría estar en Alsacia gracias a su encantadora arquitectura, a sus floridas callejuelas y a las viviendas sobre pilotes que se asoman al río Saleys.

LA SAL, SÍMBOLO DE SALIES-DE-BÉARN

La sal ha estado unida a esta localidad desde hace siglos, siendo sinónimo de riqueza para los habitantes de la ciudad. La presencia de sal tiene orígenes de leyenda, ya que cuenta que en la Edad Media un jabalí herido por los cazadores se refugió en una zona pantanosa. El jabalí apareció muerto, perfectamente conservado al estar cubierto de cristales de sal. Y la leyenda cuenta que fue entonces cuando se dieron cuenta de que en el subsuelo de Salies había una fuente de agua salada, origen de la riqueza del pueblo.

Salies-de-Béarn
La localidad está repleta de rincones pintorescos / HA

Si hablamos ya de historia real, los descubrimientos señalan que desde el siglo XI y hasta el XVI la sal era utilizada en Salies para preservar los alimentos. Desde 1587, solo los “Parts-Prenants” tenían el derecho de explotación de la fuente, diez veces más salada que el agua de mar, y de hacer sal en casa.

La fuente de sal todavía puede verse escondida en una cripta con una bóveda de piedra sobre pilares de madera, la crypte du Baya’a. En la misma plaza, junto al ayuntamiento, está la fuente del jabalí (puede verse el jabalí bajo una losa de cristal), y la maison des Parts-Prenants, descendientes directos de los propietarios del agua salada desde el siglo XVI. Para completar el círculo, también hay un museo de la sal para explicar la importancia que este mineral ha tenido en el pueblo.

Además de perderse por la ciudad y callejear por sus calles, no hay que dejar de pasar por el puente de la Luna, desde donde se puede ver el río canalizado y las casas sobre pilotes de madera. Entre ellas, destaca la casa Marrou, con su galería de madera y el viejo de horno de pan suspendido. La iglesia de San Vicente destaca con su torre campanario, un templo que fue utilizado como fortaleza defensiva en tiempos de guerra y que es visible desde cualquier punto de la ciudad.

UN BALNEARIO QUE ATRAJO A LA ÉLITE PARISINA

El balneario del siglo XIX fue construido en estilo neomudéjar / HA

Pero más allá del casco histórico de aires medievales, Salies-de-Beárn tiene otro atractivo sorprendente. Se trata de un balneario que atrajo a la élite parisina desde su creación en el siglo XIX. En ese momento, los habitantes de la ciudad exploraron nuevas formas de seguir viviendo en torno al negocio de la sal.

Y para conseguirlo, se construyó un complejo termal con termas de estilo morisco y edificios de la Belle Époque como el Gran Hotel (que en la actualidad es un casino), o el Chalet, un encantador edificio que en la actualidad es un restaurante. Tampoco falta un parque público y un quiosco de la música para terminar de completar la escena.

El primer establecimiento termal se inauguró en 1857, y se hizo popular rápidamente, atrayendo a aristócratas españoles y a la alta sociedad parisina. Como curiosidad, el agua que se utiliza en el balneario está enriquecida con 26 oligoelementos, es más salada que el Mar Muerto de Israel, y es 10 veces más salada que el agua de mar.