Durante buena parte del siglo XX, el patrimonio arquitectónico zaragozano fue maltratado de forma salvaje. No solo se derribaron palacios, templos y edificios que enriquecían la ciudad, sino que también se realizaron en la primera mitad del siglo derribos para esponjar la ciudad histórica y abrir nuevas vías, con espacios como la plaza del Pilar, San Vicente de Paúl, o el proyecto para prolongar Independencia hasta la plaza del Pilar.

Con esas obras, y con otras muchas realizadas en el Casco Histórico, desaparecieron para siempre edificios únicos. Algunos elementos, como el Patio de la Infanta, se salvaron, siendo traslados a París antes de volver a la sede central de Ibercaja. En ese contexto de demoliciones generalizadas, en los años 50 surgió una idea que pretendía intentar salvar algunos de esos restos, aunque fuera destruyendo otros: un barrio baturro en el entorno de La Seo zaragozana.

UN BARRIO BATURRO A IMAGEN DEL PUEBLO ESPAÑOL DE BARCELONA

Esa idea quedó plasmada en el artículo «Cómo ve el futuro barrio típico de La Seo un amigo de Zaragoza«. En él, Mariano Rabadán, miembro de la Sección «Amigos de Zaragoza» de la Institución Fernando el Católico, proponía como solución a la imparable transformación que estaba viviendo el casco histórico de la capital aragonesa la construcción de un «pequeño pueblo baturro» en el barrio de la catedral. En este pueblo, similar al Pueblo Español de Barcelona, irían a pasar las piezas de interés de las casas demolidas para ensanchar las calles del casco viejo de la ciudad, como patios, aleros o artesonados,  además de puertas, balcones, rejas y ventanales.

El proyecto quería recuperar el Arco del Deán y la casa de Palafox / Ayto. de Zaragoza

Así se recoge en la publicación «De restauraciones, demoliciones y otros debates sobre el patrimonio monumental zaragozano del siglo XX” en La ciudad de Zaragoza 1908-2008. Actas del XIII Coloquio de Arte Aragonés», coordinado por Manuel García Guatas, Jesús Pedro Lorente e Isabel Yeste Navarro.

El autor del artículo, Rabadán, apostaba por reconstruir los edificios típicos, en un entorno de callejas evocadoras, tras un detenido estudio, documentación y buen juicio, para que ese patrimonio se pueda mostrar a las futuras generaciones. La propuesta de Mariano Rabadán apostaba por restaurar edificios singulares como el Arco del Deán o la Casa de Palafox, reconvertida en Museo de los Sitios, además de modificar las modernas viviendas para adaptarlas al estilo tradicional aragonés, y construir nuevos edificios en los solares vacíos en un estilo aragonés que mezclaba elementos mudéjares y renacentistas.

Para el autor del artículo, esos nuevos edificios debían estar acondicionados para la vida moderna. En este sentido, el autor reflexionaba así: «piénsese si no vale la pena prodigar y reproducir más y en conjuntos de barrios enteros, como este de la Seo del que estamos tratando, nuestro mudéjar aragonés, que no excluye que, por dentro de sus casas, puedan tener ascensores, cuartos de baño, aire acondicionado, calefacción y todos los detalles de confort, higiene moderna y comodidades apetecibles, que no están reñidas con el aspecto prócer y el empaque exterior lleno de prestancia de este estilo».

Además de remozar la casa de Palafox, el autor del artículo también pretendía modificar la fachada neoclásica del palacio arzobispal para adecuarlo al estilo arquitectónico regional que propugnaba. En este entorno, propuso asimismo instalar en el centro de la plaza de La Seo una fuente monumental luminosa con figuras alegóricas para homenajear a la jota aragonesa.

Junto a la reforma urbana y a la construcción de nuevos edificios para integrar los elementos patrimoniales que se hubieran salvado de la piqueta, Mariano Rabadán proponía abrir hoteles, restaurantes y tiendas con productos artesanales, además de museos para potenciar el hecho regional y atraer turismo, como la Casa del Labrador, o la Casa regional zaragozana, además de centros culturales como la Casa de la Jota.

Pese a ese supuesto afán ‘conservacionista’, además de cargarse la imagen de edificios históricos para el palacio arzobispal para ajustarlo a su imagen de estética aragonesa, el autor apoyaba un sinsentido: la prolongación del Paseo de la Independencia hasta la plaza del Pilar, pese a que hubiera significado la destrucción del edificios de interés y de gran parte del entramado viario del casco antiguo de la ciudad.