En 1808, Zaragoza, una ciudad sin fortificaciones adecuadas, escasez de soldados profesionales y limitaciones críticas en munición y alimentos, logró un hito histórico al repeler el asalto del ejército más temible de la época: las tropas napoleónicas. La resistencia de la ciudad, impulsada más por el valor civil que por la estrategia militar, dejó perplejo al mismísimo Napoleón.

El asedio se inició en junio de 1808, cuando las fuerzas francesas, bajo el mando de los generales Verdier y Lefebvre, sitiaron Zaragoza. Estas tropas, compuestas por 15.000 hombres y apoyadas por 86 cañones, esperaban una victoria rápida y decisiva. Sin embargo, la resistencia zaragozana, a pesar de estar mal equipada y mayoritariamente civil, presentó un desafío inesperado.

Para sorpresa de muchos, incluyendo a los altos mandos franceses, la situación se inclinó a favor de Zaragoza en agosto. La ciudad, demostrando una tenacidad extraordinaria, forzó a las tropas francesas a una retirada humillante. En su huida, los franceses abandonaron su artillería, arrojando los cañones al Canal Imperial para acelerar su escape, una clara muestra de la desesperación y el desorden que enfrentaban.

El asedio de Zaragoza en 1808 se convirtió en un símbolo de la resistencia española contra la ocupación francesa. La valentía y la determinación de los zaragozanos, armados con poco más que su coraje, se convirtió en un ejemplo inspirador de resistencia frente a la adversidad y la opresión. Sin embargo, hubo otro sitio de la ciudad de Zaragoza que terminó en 1813, cuatro años después del primer asedio indiscriminado de los franceses.

EL SEGUNDO SITIO Y LA PRESENCIA NAPOLEÓNICA

El 9 de julio de 1813 marcó el fin de una era oscura para Zaragoza. Tras más de cuatro años de ocupación francesa, las tropas comandadas por Espoz y Mina forzaron la retirada de los soldados napoleónicos. En su huida, destruyeron el último arco del Puente de Piedra, intentando en vano detener el avance de los españoles. Aunque un grupo de franceses resistió en la Aljafería hasta agosto, el dominio francés en Zaragoza, iniciado tras los famosos Sitios, tocaba a su fin.

Napoleón designó a Louis Gabriel Suchet como Gobernador General de Aragón, otorgándole una autonomía casi total. Zaragoza, devastada por los Sitios, intentó renacer bajo la administración francesa. Suchet, junto con su esposa Honorine Anthoine de Saint-Joseph, transformó la ciudad en un epicentro de actividades sociales, hospedándose en el palacio del conde de Fuentes, donde organizaron numerosos eventos.

Suchet trabajó en consolidar la ocupación de Aragón y territorios adyacentes, pese a la fuerte resistencia de las guerrillas. La colaboración de los «afrancesados», incluyendo instituciones y la Iglesia, fue crucial, aunque también hubo una activa resistencia antifrancesa.

El Gobernador se esforzó en revitalizar la economía zaragozana, con el objetivo de aumentar los ingresos por impuestos. Curiosamente, proyectos icónicos como el Paseo de la Independencia, hoy símbolo de la lucha contra los franceses, nacieron como una iniciativa francesa para reconstruir las áreas devastadas por los Sitios en un estilo parisino.

Aunque los franceses abandonaron Zaragoza, su legado permaneció. Proyectos como el “Paseo Imperial”, iniciado por el arquitecto municipal Joaquín Asensio, y el “Paseo de las Damas”, son ejemplos de cómo la ocupación francesa dejó una huella imborrable en la estructura urbana de la ciudad.

La ocupación francesa de Zaragoza fue una época de contrastes agudos: entre la destrucción y la reconstrucción, la resistencia y la colaboración. Aunque a menudo eclipsada por los relatos de los Sitios, esta fase de la historia de Zaragoza es un testimonio de la resiliencia de la ciudad y de su capacidad para adaptarse y transformarse en medio de las adversidades.