La tradición antigua y oculta de los más recónditos valles del Pirineo, la del oficio del ‘terminador’, es poco conocida y casi un misterio para muchos. Esta persona, que ayudaba a las personas moribundas a pasar de la vida a la muerte.

Hace décadas, está imagen era omnipotente en la Semana Santa del Alto Aragón. El paso de la Muerte, que protagonizaba la procesión de Viernes Santo en Huesca, era un paso en el que aparecía la imagen del ángel exterminador y un esqueleto que simbolizaba la muerte. Se cuenta de ésta última tradición, que los vecinos de Huesca evitaban que el paso se detuviese frente a sus puertas, ya que existía la creencia de que si lo hacía, se produciría una desgracia en esa casa o que los moribundos terminaran por fallecer.

LEYENDAS Y CUENTOS DEL ALTO ARAGÓN

En el Alto Aragón se preserva un valioso patrimonio cultural y un legado intangible que se transmite de generación en generación a través de la tradición oral, manifestándose en leyendas, creencias, supersticiones, refranes y expresiones que dan origen a nombres geográficos y representaciones artísticas diversas. Se embarcarán en un viaje por la memoria, lleno de elementos oníricos, que nos transporta a las conversaciones alrededor del fuego en los valles del Pirineo o el Prepirineo aragonés.

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Las historias se entrelazan con los procedimientos de la Inquisición y las fantasías y tradiciones populares. Dragones, serpientes, sacamantecas y hadas también forman parte de este mundo irreal que todos hemos anhelado alguna vez.

Estas hadas reinan en bosques, fuentes, ríos y cuevas, y reciben el nombre de «encantarias» en la Ribagorza, donde se dice que recuperan su forma humana solo en la noche de San Juan. Se cuenta que, si uno desea ver a una de estas «encantarias», solo debe visitar el ibón de la Balsamora en el valle de Chistau, donde antes del amanecer aparece una princesa mora rodeada de serpientes, realizando una danza antes de sumergirse nuevamente hasta el año siguiente. Se cree que aquellos que no la ven no tienen un corazón puro.

Los diablillos (diaperons en la Ribagorza) aparecen en retablos como el de San Miguel Arcángel de Tamarite, en danzas como las de Monegros o la Morisma de Aínsa, y en la toponimia con ejemplos como el Camino del Diablo en Fraga, las Cuevas del Diablo, las fuentes del Diablo, los Picos del Infierno o los puentes del Diablo en Biescas, Lanuza, Huesca, Olvena o Mediano.

En la mayoría de los casos, se relata una historia similar: el diablo construye el puente en una noche, y los vecinos impiden su finalización para evitar una desgracia inminente, dejando una piedra sin colocar. Se habla también de personas endemoniadas y lugares de curación como Santa Orosia en Jaca o San Ramón en Ponzano, donde se conjuraba a estos diablos.

Los herreros son especialmente hábiles en este ámbito, habiéndose registrado numerosos casos en los que, según la tradición popular, lograban engañar al diablo, como en Serraduy. Los gigantes, protectores de los bosques, son destacados en los Valles de Hecho, Ansó y el de Tena. Aunque, a veces, enfurecen a los pastores, a quienes se les atribuyen los robos de ganado.

Un ejemplo es Silván de Tella, que pasó de robar ovejas a los pastores a enamorarse de una pastora llamada Marieta. Los gigantes también explican la topografía de algunas áreas, como la Sierra de Guara.

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Este viaje entre la realidad y la fantasía refleja creencias arraigadas, como las relacionadas con la sanación de los niños herniados, a quienes hacían pasar entre las ramas de un roble mientras recitaban: «tómalo Pedro, dámelo Juan. Herniado te lo doy, sano te lo devuelvo».