Tres años después del fallecimiento de Ana Cristina Placer en 2015, César Alierta, empresario de renombre, expresó abiertamente su profundo sentimiento de pérdida y su amor incondicional hacia su difunta esposa. Durante las cuatro décadas de matrimonio, la pareja no tuvo hijos, aunque Alierta, conocido por su afinidad hacia los niños, consideró la adopción. Finalmente se desestimó.

En el momento de su muerte, hace pocos días, Alierta no ha dejado herederos directos para su considerable patrimonio. Según El Mundo, durante su etapa como presidente ejecutivo de una importante compañía de telecomunicaciones, Alierta acumuló un salario de 75,5 millones de euros, una pensión de 54,2 millones y acciones valoradas en 45 millones de euros.

En los últimos años, Alierta reorganizó su estructura empresarial bajo Acrispla de Inversiones, nombrada en honor a su esposa. Esta empresa gestionaba participaciones en varios establecimientos de hostelería en Candanchú, como el hotel Tobazo o el Santa Cristina, y en empresas internacionales. Controlaba también un 25% de Ibernieve, propietaria de la estación de esquí pirenaica Candanchú, y poseía más de un 13% de la sicav Lierde, gestionada por Augustus Capital AM.

Alierta y su esposa vivieron en Aravaca, en una de las zonas residenciales más exclusivas. Sin embargo, en sus últimos años, Alierta se trasladó a Zaragoza por motivos de salud, donde residía la mayoría de sus hermanos. Además, tenía una fuerte conexión con Villanúa, en el Pirineo de Huesca, lugar donde pasó gran parte de su infancia y donde su abuelo estableció una industria maderera en los años 30.

La pasión de César Alierta por Villanúa y por el valle del Aragón siempre fue evidente, como lo demostraba al decir: «Lo que hablamos en Villanúa no lo hablamos en Madrid», reflejando su especial conexión con ese rincón del Pirineo.