El melocotón de Calanda es un protagonista único en el vasto escenario de la fruticultura mundial, comparable a Ernesto en la obra de Oscar Wilde: exquisito, único y mimado desde su nacimiento. Estos frutos, cultivados con el esmero de una madre protectora, son recolectados a mano por jornaleros que los tratan con el mismo cuidado que una comadrona. Cada uno de estos melocotones se empaqueta cuidadosamente, dispuesto a recorrer el mundo con el orgullo de portar la Denominación de Origen Protegida (DOP), una distinción que no solo denota calidad, sino también una dedicación incansable.

MELOCOTÓN DE CALANDA: CINCO CARACTERÍSTICAS DISTINTIVAS

Los melocotones de Calanda se distinguen por cinco características principales. En primer lugar, su disponibilidad fuera de la temporada estival, ya que se cosechan a mediados de septiembre hasta bien entrado octubre. En segundo lugar, su tamaño notable, con un mínimo de 73 milímetros, que asegura una carne firme y jugosa, ideal para una merienda completa y capaz de conservarse más tiempo antes de madurar en exceso. En tercer lugar, su dulzura especial, suave y con pocas calorías, es inigualable. Cuarto, su color amarillo, en contraste con el naranja típico de otros melocotones, y una piel de fino terciopelo que evoca las telas suntuosas adoradas por Wilde. Finalmente, su alto contenido en vitaminas C y A, potasio y fibra refuerzan su valor nutricional. Cada uno de estos atributos hace que, de las 2,000 variedades de melocotones en el mundo, los de Calanda sean verdaderamente únicos.

EL PROCESO DE CULTIVO: UN ESFUERZO MANUAL Y DELICADO

En las fruterías más exclusivas de Madrid o Barcelona, el kilo de estos melocotones puede alcanzar los nueve o diez euros. Sin embargo, el margen de beneficio para el agricultor turolense es limitado. Ramón González, presidente de la cooperativa La Calandina, comenta: «Si ganamos ochenta céntimos por kilo, casi nos damos con un canto en los dientes». Este bajo margen refleja el arduo trabajo y la dedicación que requiere su cultivo.

El melocotón de Calanda es una delicia tardía, el último de su especie en ser cosechado y el resultado de un riguroso proceso de selección. Cada árbol puede producir entre 1,500 y 2,000 frutos, pero el proceso de clareo inicial reduce esta cantidad a unos 400 para asegurar un buen calibre. «Si eres un melocotón recién nacido y superas esa primera criba, empezarás a crecer como un príncipe», explica Ramón. Este cuidado incluye el embolsado en papel para protegerlos de insectos y plagas, permitiendo que maduren de manera óptima.

EL CAMINO HACIA LA EXCELENCIA: LA DURA SELECCIÓN

A pesar de todos estos cuidados, solo una fracción de los melocotones de Calanda alcanzan la denominación comercial de «etiqueta negra». De los 400 frutos restantes en cada árbol, solo unos 120 lograrán lucir la DOP después de la recolección. Para obtener esta etiqueta, cada melocotón debe cumplir con estrictos criterios de tamaño, color, dulzor y firmeza, además de estar libre de cualquier imperfección en su piel.

DESAFÍOS DE LA MANO DE OBRA Y FUTURO

El proceso de cultivo manual requiere una gran cantidad de mano de obra, especialmente para las tareas de clareo y embolsado. Javier González, hijo de Ramón, menciona que «el problema de la mano de obra es muy grave. Este año hemos tenido que dejar variedades tempranas porque no teníamos gente para embolsar». A pesar de ofrecer un salario de once euros por hora brutos, encontrar trabajadores que permanezcan en el trabajo es difícil.

La DOP espera una cosecha de cuatro millones de kilos, con acuerdos de distribución que incluyen exportaciones a Suiza y Alemania. Sin embargo, el beneficio principal se lo lleva el intermediario. «Nos reímos pensando en que algún año lleguemos a sacar un euro de beneficio por cada kilo», comenta Ramón. Además, la falta de relevo generacional y la entrada de multinacionales en el sector complican aún más el futuro de estos agricultores.

EL LEGADO DEL MELOCOTÓN DE CALANDA: EN PELIGRO

La visión de las fincas al sol, con cada melocotón embolsado y las cuadrillas cosechando pieza a pieza, refleja un legado que lucha por sobrevivir. Incluso en las fruterías más exclusivas, el precio de esta delicia artesanal sigue siendo más barato que el de un kilo de gominolas. La diferencia, sin embargo, es abismal: mientras que las gominolas son una creación artificial, el melocotón de Calanda es el resultado de una dedicación y un amor por la tierra que no tiene parangón.

El futuro del melocotón de Calanda se encuentra en una encrucijada. Los desafíos de la mano de obra, el impacto del clima y la competencia con grandes multinacionales ponen en riesgo la continuidad de esta tradición. Sin embargo, la pasión y el esfuerzo de los agricultores de Calanda siguen siendo un faro de esperanza, un recordatorio de que la calidad y la autenticidad aún tienen un lugar en el mundo moderno.