En el trasfondo del triunfo del Frente Popular y el fallido golpe de Estado se esconde una historia de violencia callejera y venganzas amargas. Federico García Lorca, el ilustre poeta, desoyendo las advertencias, acabó en la Huerta de San Vicente para celebrar su santo en medio de un ambiente enrarecido.

El poeta había atraído la atención no deseada de los sectores más conservadores de la sociedad. Se le acusaba de influir negativamente en los jóvenes con su grupo teatral «La Barraca», se le señalaba por su orientación sexual y se le relacionaba con simpatías socialistas. Además, las rencillas familiares y rivalidades añadían aún más tensión a su entorno.

La familia Lorca sostenía una antigua disputa con los Alba y los Roldán por el control de la remolacha azucarera. El poeta se refugió en casa de un amigo falangista, Luis Rosales, para escapar del peligro. Pero la persecución continuó y, finalmente, el 16 de agosto, García Lorca fue arrestado por fuerzas armadas, lideradas por Ramón Ruíz Alonso, y llevado sin juicio ni orden de arresto al Gobierno Civil de Granada.

Las horas posteriores a su detención hasta su trágico asesinato son enigmáticas y confusas, con múltiples versiones que diferentes. El poeta fue acusado de diversas faltas y, según relatos, su ejecución fue respaldada por altos cargos del régimen. La teoría más respaldada apunta a que en la madrugada del 18 de agosto, García Lorca fue llevado a un paraje cercano a Fuente Grande y sometido a un fusilamiento después de posible tortura.

La partida prematura de García Lorca tuvo un impacto inesperado y duradero. Además de la pérdida del brillante artista, su fama internacional se convirtió en su asesinato en un problema para el régimen franquista.

El poeta se convirtió en un símbolo de resistencia y justicia en todo el mundo, causando que numerosos países condenaran el crimen y poniendo en aprietos al régimen. Antonio Machado, su compañero exiliado, le dedicó un conmovedor poema que resonaba en la historia.