En el pintoresco rincón del Pirineo de Huesca se encuentra Lanuza, una pequeña localidad que guarda una historia de profundo arraigo y amor por sus raíces. Esta es la crónica de sus habitantes, quienes han logrado insuflar nueva vida a un pueblo que emergió de las aguas para brillar como un faro en el corazón del Valle de Tena.

Pero retrocedamos en el tiempo para comprender la historia de esta comunidad. En la década de los 70, Lanuza albergaba a más de un centenar de almas. La vida transcurría serena en este rincón mágico hasta que, en 1976, se anunció la construcción del embalse de Lanuza para regular las aguas del río Gállego. Con una cota inicial de 1.286 metros, parecía que el pueblo quedaría sumergido bajo las aguas, y los lugareños vieron cómo sus hogares eran expropiados, obligándolos a abandonar sus raíces. Muchos de ellos buscaron refugio en poblaciones vecinas como Sallent de Gállego, Sabiñánigo o Jaca.

El destino parecía haber sentenciado a Lanuza. En 1978, los últimos habitantes abandonaron sus hogares, pero las predicciones de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) no se cumplieron. El agua solo inundó las casas más bajas y los pastizales. La cota máxima se estancó en 1.275 metros, manteniendo el núcleo urbano deshabitado fuera del alcance del embalse.

El pueblo, convertido en un fantasma, fue víctima de varios saqueos. Todo lo valioso desapareció para siempre: puertas, ventanas, rejas e incluso elementos decorativos de su iglesia. No quedó rastro.

Con el paso de los años, los antiguos habitantes de Lanuza contemplaron la posibilidad de regresar y, en los años 90, iniciaron el proceso de resurrección. En 1992, el CHE comenzó a revertir las tierras, fijando precios para que los vecinos recuperaran sus casas mediante pago. Además, buscaron recuperar los terrenos de la iglesia, un símbolo fundamental para la comunidad.

Se creó una asociación de vecinos para impulsar la rehabilitación, y poco a poco, Lanuza resurgió como el Ave Fénix. La iglesia fue restaurada, se proporcionó agua potable al pueblo y se rehabilitaron edificios públicos, incluido el ayuntamiento.

En la actualidad, Lanuza alberga más de treinta edificios restaurados y unas setenta viviendas. Además, cuenta con infraestructura hotelera para dar la bienvenida a viajeros que desean explorar el hermoso Valle de Tena. Se ha convertido en un destino popular para los amantes de la naturaleza, el senderismo y los deportes acuáticos, aprovechando las oportunidades que ofrece el embalse para la navegación y la pesca.

Pero Lanuza no solo es conocida por su belleza natural. Desde 1992, acoge el Festival Internacional de las Culturas Pirineos Sur, atrayendo a artistas y visitantes de todo el mundo con una amplia variedad de actuaciones musicales y culturales junto al embalse.

Sin duda, el embalse de Lanuza es un elemento intrínseco en la historia de este pueblo, donde hoy en día se pueden disfrutar de numerosas actividades acuáticas desde su embarcadero. Pero Lanuza ofrece aún más, sirviendo como punto de partida para diversas rutas de senderismo que llevan a explorar lugares como el Ibón de Piedrafita o la cascada de Orós en Biescas. Además, es el punto de partida perfecto para descubrir la ruta de las iglesias del Serrablo, pequeños tesoros arquitectónicos que revelan obras maestras del románico.