La celebración del Cinco de Marzo, o Cincomarzada, en Zaragoza no es simplemente una fiesta local más en el calendario; es un recordatorio de una lucha heroica, de un pueblo que se levantó en defensa de sus ideales de libertad y legalidad constitucional.

Este día conmemora un episodio crucial de la historia de Zaragoza, remontándose al año 1838, en medio de la guerra civil que enfrentó a liberales y carlistas, un conflicto que sacudió los cimientos de España durante casi una década.

Pero de ahí la pregunta: ¿es lógico que la fiesta de Zaragoza sea la conmemoración de una Guerra Civil? O aún más pertinente, ¿para qué honrar esta fecha como día grande de la ciudad si nadie celebra nada relacionado con aquella efeméride y su festividad se ha manipulado o incluso ideologizado? ¿No hay otras fechas o efemérides más notables que no dividan a los propios zaragozanos? Zaragoza apenas recuerda, por ejemplo, las batallas de los Sitios en la Guerra de la Independencia contra el invasor ejercito de Napoleón, como sí que hace y con mérito San Sebastián y su ‘tamborrada’.

Pese a las dudas, nadie niega la gesta histórica de unos o de otros. El Cinco de Marzo fue una lucha calle a calle y puerta a puerta, como casi un reflejo heroico de la batalla de los Sitios. La madrugada del 5 de marzo de aquel año, Zaragoza se convirtió en escenario de una batalla inesperada. Una fuerza carlista, bajo el mando de Juan Cabañero, intentó tomar la ciudad por sorpresa. Lo que encontraron, sin embargo, fue la determinación férrea de sus habitantes, que, pese a la inicial desorganización de las tropas isabelinas, se alzaron en una resistencia espontánea y valiente.

Los zaragozanos, armados con lo que tenían a mano, desde muebles hasta tejas y aceite hirviendo, se convirtieron en los verdaderos héroes de aquel día, demostrando que el espíritu de resistencia y la voluntad de un pueblo no pueden ser subestimados. La intervención ciudadana fue decisiva para frenar el avance carlista y, finalmente, obligar a sus tropas a retirarse, dejando a la ciudad en paz, aunque marcada por el recuerdo de aquella lucha.

La heroica acción de Zaragoza no pasó desapercibida. La regente María Cristina, en nombre de su hija Isabel II, otorgó a la ciudad y a sus ciudadanos el título de «Siempre Heroica» y añadió las ramas de laurel a su escudo de armas, un reconocimiento al coraje mostrado en defensa de la legalidad constitucional. Este gesto no solo honró el valor de Zaragoza en aquel momento, sino que dejó una marca imborrable en su identidad como ciudad.

Sin embargo, con el tiempo, la celebración del Cinco de Marzo ha experimentado altibajos, siendo olvidada durante la Guerra Civil del siglo XX y retomada posteriormente en la década de los setenta. Hoy, la fiesta se celebra de nuevo, aunque para algunos, su significado original se ha visto diluido por manipulaciones históricas y la introducción de ideologías ajenas a la esencia de aquel día de resistencia.

Seamos sinceros: ¿quién celebra el Cinco de Marzo con el mismo espíritu que cuando fue constituida esta fiesta de Zaragoza? Quizá sea el momento de abrir el debate para replantearnos si no hay otro día que nos identifique más como zaragozanos y nos haga sentirnos orgullosos de vivir en convivencia y buscando la unión a pesar de las diferencias.

Porque si desterramos la Cincomarzada como gran fiesta de Zaragoza, no cabe duda que hay muy pocos eventos con una gran fuerza identitaria y un enorme poder de convocatoria que los Sitios de Zaragoza de 1808 y 1809. Estos episodios, al igual que el madrileño 2 de mayo, no solo se erigen como símbolos de desafío ante un invasor extranjero, sino que también son testimonio de la resiliencia y el espíritu combativo del pueblo zaragozano, dirigido por las élites locales en una lucha por la independencia.

La tragedia de los Sitios, con sus devastadoras consecuencias para la ciudad y sus habitantes, lejos de mermar su significado, lo enalteció, inscribiendo a sus defensores en la inmortalidad y perpetuando una tradición de lucha por la libertad.

En este caso, la derrota se convierte en un vehículo para la mitificación, tan poderoso como podría serlo una victoria aplastante. Sin embargo, y a pesar de su importancia en la memoria local y su adaptabilidad a diversas interpretaciones políticas, los Sitios no cristalizaron en una festividad consolidada durante gran parte del siglo XIX, a diferencia de lo que sucedió con el 5 de marzo. Este último logró arraigarse como mito colectivo y celebración popular pero que ya no es ni mucho menos lo que fue a principios de los 80, cuando la sociedad era más reivindicativa y localista.

Los Sitios de Zaragoza, en cambio, aunque no dieron lugar a una festividad permanente como el 5 de marzo, siguen siendo un referente de la capacidad de Zaragoza para enfrentar adversidades y mantener viva la llama de la independencia y la dignidad colectiva. ¿Por qué no tomamos los sitios de Zaragoza y un día en concreto como gran efeméride de la ciudad para celebrar el día de todos? Ahí queda la propuesta. Quizá falte valentía política y social pero los argumentos son contundentes.

*Álvaro Sierra es fundador y director editorial de HOY ARAGÓN