La irrupción de ChatGPT en nuestras vidas ha transformado el modo en el que percibimos las herramientas de inteligencia artificial. El chatbot de OpenAI no es ni mucho menos la primera herramienta con la que nos topamos que emplea inteligencia artificial; pero su uso masivo, así como sus múltiples posibilidades, constituye sin duda un punto de inflexión en la relación entre los seres humanos y las “máquinas”.

La IA generativa, capaz de crear contenido original en múltiples formatos (texto, imagen, vídeo, etc.) está viviendo una primera edad dorada y ha originado un profundo debate social: ¿hasta qué punto será capaz de sustituir a los profesionales en determinados sectores? ¿Corren peligro profesiones como la de escritor, periodista, profesor, psicólogo…o asesor financiero?

El mundo de las finanzas lleva tiempo conviviendo, primero, con la digitalización de los servicios y después con herramientas de inteligencia artificial. El gran salto de la banca presencial a la banca electrónica (producido hace ya casi tres décadas) ha dado lugar en épocas más recientes a la proliferación de servicios de asesoramiento financiero virtual: canales digitales que emplean la inteligencia artificial para realizar un análisis del perfil inversor del cliente y proporcionar consejos sobre dónde invertir.

El propio Financial Times se hacía eco el pasado mes de mayo de que ChatGPT había creado un fondo de inversión, configurado con 38 acciones de empresas distintas, que estaba batiendo con diferencia a los fondos más prestigiosos del Reino Unido. Así, la gran pregunta es evidente: ¿puede un sistema de IA generativa (con acceso a miles de millones de datos) convertirse en el asesor financiero perfecto? La respuesta también es evidente: no.

Si algo nos ha enseñado precisamente el progresivo abandono por parte de los bancos de la atención presencial es que en un tema tan delicado como las finanzas personales es fundamental contar al otro lado de la mesa con una persona de carne y hueso.

Es cierto que la IA puede ser un gran aliado a la hora de establecer una atención personalizada y de calidad, pero no puede nunca sustituir a un asesor financiero. Las decisiones sobre cuánto ahorrar y dónde invertir dependen de múltiples factores, muchos de ellos esencialmente humanos e imposibles de percibir y replicar por las máquinas.

La IA podrá calcular la probabilidad de obtener determinada rentabilidad en función del perfil inversor, pero no será capaz de ponderar información tan importante como el estado de ánimo de la persona con la que está tratando (quizá haya tenido un mal día en el trabajo y se encuentre emocionalmente inestable), la situación personal (un divorcio reciente, el nacimiento de un hijo o un fallecimiento familiar pueden afectar de forma relevante a la decisión de inversión) o la irresistible e ilógica tendencia que muchos tenemos a postergar indefinidamente decisiones importantes que son beneficiosas para nosotros simplemente porque nos cuesta cierto sacrificio.

Ninguna inteligencia artificial puede a día de hoy, ni en un futuro cercano, detectar e integrar toda la información necesaria para ofrecer un asesoramiento financiero realmente personalizado, simplemente porque carece de un elemento fundamental: la empatía. Esa capacidad humana de integrar miles de datos de información subjetiva (la expresión facial, el tono de voz, las palabras usadas…) para comprender cómo se siente la persona que está sentada frente a nosotros y reaccionar en consecuencia.

Ninguna IA es capaz de apoyar la mano en el hombro y generar confianza o consuelo, ofrecer un café en el momento adecuado, o hacer una pausa al detectar una mirada alicaída y preguntar si todo va bien.

Así las cosas, ¡larga vida a la IA! (es una herramienta excelente) y ¡larga vida a los asesores financieros humanos!