Todo el mundo económico estaba pendiente de la reunión del Banco Central Europeo que se celebró el pasado 14 de septiembre. Existían dudas sobre si iba a subir de nuevo los tipos de interés o iba a preferir tomarse un descanso en la vertiginosa escalada acometida desde el verano del año pasado.  

Finalmente, por una amplia mayoría de sus miembros y alentado por los últimos datos recabados sobre la inflación en la eurozona, el BCE decidió subir el precio del dinero hasta el 4,5% (el nivel más alto de los últimos 20 años). Todo apunta a que en las próximas reuniones de la máxima autoridad monetaria no se modificará este valor ya que se considera que se ha llegado a un nivel que, mantenido durante el tiempo suficiente, va a permitir que la inflación regrese al entorno del 2% (el valor ideal para que la economía funcione de forma apropiada). 

Así, en nuestro horizonte económico se vislumbra con claridad un largo periodo con tipos elevados. ¿Y esto es bueno o malo? Pues como la mayoría de las cosas en esta vida: depende. 

Todos aquellos que tienen contratada una hipoteca a tipo variable van a ver incrementada su cuota mensual, lo que puede afectar significativamente a su capacidad para ahorrar o gastar en otras áreas importantes de su vida. Así, su estabilidad financiera puede verse amenazada por estos cambios en los tipos de interés. 

Por otro lado, quienes tienen dinero ahorrado por fin están encontrando un motivo para sonreír: los bancos han comenzado a necesitar captar dinero de los clientes y por lo tanto han entrado en una batalla comercial, remunerando con rentabilidades cada vez más atractivas tanto las cuentas como los depósitos.  

Durante muchos años los bancos han tenido un acceso prácticamente gratuito al dinero proporcionado por el BCE (los tipos de interés han estado próximos al 0% y además han existido múltiples programas de financiación, especialmente tras la pandemia). Pero ahora la situación ha cambiado; el BCE ha dejado de financiar a los bancos, y éstos tienen que acudir a buscar el dinero del cliente particular.  

Así, todo un mundo de posibilidades se ha abierto para el dinero que los ahorradores deciden reservar para el corto plazo; es decir, ese dinero que no van a emplear durante los próximos meses, pero del que sí necesitan disponer en los próximos dos o tres años.  

Durante todo lo que llevamos del 2023 las Letras del Tesoro han sido el producto estrella para el corto plazo: a 6 y 12 meses han dado rentabilidades superiores al 3%. Todo parece indicar que su época dorada ha llegado a su fin, ya que a partir de ahora van a encontrar una enconada competencia en los depósitos bancarios (cuyas rentabilidades en algunos bancos digitales ya se está acercando a ese 3%). 

Es decir, mientras los hipotecados van a sufrir un fuerte revés en su planificación financiera, los ahorradores van a ver incrementada la rentabilidad de su dinero consiguiendo frenar en parte el imparable poder arrollador de la inflación (que el año pasado se comió casi 9 de cada 100 € de ahorro). 

Pero hay otros efectos de esta política del BCE que tardarán meses en ser apreciados por los ciudadanos. Y es que no hay que perder de vista que el principal objetivo de la subida de los tipos de interés es ralentizar la economía (para que disminuya la demanda y baje el precio de las cosas). Y ralentizar la economía significa menos inversiones y menos consumo, y por lo tanto una disminución de los ingresos de muchos profesionales.  

La clave para estos tiempos de cambio es saber adaptarse y tomar decisiones financieras informadas. Cuanto mejor sea nuestra planificación financiera mayor será nuestra flexibilidad en un mundo económico en constante evolución.