En la agenda política zaragozana ha surgido, por enésima vez, la reconstrucción de la Torre Nueva. La torre, uno de los símbolos de la ciudad, fue derribada en 1892 porque el ayuntamiento de la ciudad creyó que se podía caer a causa de su inclinación. Es lo que se conoció como turricidio. Y desde entonces, cada cierto tiempo surge la idea de volver a levantarla de nuevo. La última propuesta proviene de la Fundación Ingenio Azul, que está trabajando para que la Torre Nueva pueda reconstruirse para volver a ser un símbolo de la ciudad.

La idea de reconstruir edificios históricos destruidos en Zaragoza no es nueva. Al margen de la Torre Nueva, en alguna campaña electoral también se propuso reconstruir el palacio de la Diputación del Reino, la antigua sede de instituciones como la Diputación General de Aragón, las Cortes de Aragón o el Justiciazgo. Pero la idea, que hubiera significado recuperar uno de los símbolos del poder político de Aragón, quedó en agua de borrajas, como tantas otras ideas que se proponen en las campañas electorales.

Siempre que surgen propuestas de este tipo, la sociedad, y los profesionales, se dividen entre quienes apuestan por recuperar esos edificios del pasado, y quienes creen que no hay que reconstruirlos, o al menos, no hay que reconstruirlos de manera fiel, ya que piensan que hay que dejar huella y trabajar con los materiales y el lenguaje arquitectónico del siglo XXI.

En Europa hay un largo historial de edificios desaparecidos que se han reconstruido, previo debate social. En torno a la catedral de Notre Dame de París, tras el incendio de 2019, hubo un intenso debate sobre si la reconstrucción debía ser fiel a la época en la que se construyó, o si por el contrario debían incorporarse las tendencias del siglo XXI.

Ese mismo debate surgió durante el proceso de reconstrucción del palacio real de los Hohenzollern, en Berlín. El edificio, inaugurado de forma discreta en 2020 a causa de las restricciones de la pandemia, acoge el Humboldt Forum, un vasto museo etnológico y centro intercultural. El palacio barroco original, residencia de la dinastía reinante en Prusia y en el posterior Imperio Alemán desde su fundación a finales del siglo XIX hasta su caída en 1918, fue muy dañado por los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial.

La fachada reconstruida del palacio real de Berlín / Ernestol

En 1950, fue derribado definitivamente por las autoridades de la RDA comunista por ser símbolo del absolutismo monárquico, y en los años 70, se construyó el palacio de la República, un edificio de dudoso gusto que sería finiquitado entre 2006 y 2008 por la Alemania reunificada.

En su reconstrucción, el arquitecto italiano Franco Stella hizo auténticos equilibrios por contentar tanto al bando que pedía que el edificio fuera reconstruido tal cual era cuando se levantó, como a los que querían un edificio adaptado a los cánones del siglo XXI. Así, tres de las fachadas (incluyendo la principal, con su cúpula barroca), reproduce el diseño original del palacio real, mientras que una cuarta fachada fue levantada con líneas rectas de diseño contemporáneo. Por su parte, el interior es completamente moderno.

Otros edificios reconstruidos fueron el Campanile de la plaza de San Marcos de Venecia , que tuvo que ser levantado de nuevo a principios del siglo XX tras su desplome a causa de una grieta que fue aumentando hasta acabar con el edificio, o el alcázar de Toledo; un edificio que tuvo que se reconstruido casi completamente tras el asedio de las fuerzas republicanas durante la Guerra Civil.

Lo cierto es que la reconstrucción de edificios, e incluso de barrios enteros, fue una constante en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, cuando ciudades enteras fueron prácticamente borradas del mapa, y tras el fin de la contienda, se reconstruyeron muchos de esos monumentos que habían sido derribados por los bombardeos. Después, llegaron años en los que se huía de reconstruir los edificios históricos para evitar tergiversar la realidad.

UN CAMBIO DE TENDENCIA

Tras años en los que parecía que el diseño más moderno, e incluso insulso para muchos, se había apoderado del diseño urbano, algo está cambiando por todo el continente. En estos momentos, hay ciudades como Budapest que están transformando la estética de muchos edificios que fueron construidos bajo la época comunista para reconstruirlos acercándose a la imagen que tenían cuando fueron construidos. O al menos, para hacerlo siguiendo unos cánones más clásicos.

En las redes sociales ya hay cuentas dedicadas a promocionar el respeto por la arquitectura de siempre y trabajar por la reconstrucción de las ciudades desterrando la moderna arquitectura impersonal con edificios que podrían estar por igual en Nueva York, en Singapur o en Abu Dabi. Por ejemplo, la cuenta española Motín Arquitectónico apela a todos los que están cansados de cubos blancos y de la arquitectura actual que se construye sin tener en cuenta el entorno ni la historia del lugar en el que se ubica.

En este sentido, lo que ellos llaman «Nueva Arquitectura Tradicional», es una clara apuesta por una arquitectura adaptada a las tradiciones y a las costumbres de cada país, una tendencia que ya se ve en países como Holanda, Francia, y en especial Alemania, un país en el que se está viviendo una nueva ola de reconstrucción de los cascos históricos destruidos durante la Segunda Guerra Mundial combinando reconstrucciones exactas y proyectos de nuevo diseño que tienen su origen en iniciativas ciudadanas y que se desarrollan en ciudades como Fráncfort y Dresde para recuperar la trama histórica y contextualizar los iconos urbanos que contribuyen a la imagen de la ciudad.

En el caso de Dresde, uno de los ejemplos mas paradigmáticos es el de la iglesia de Nuestra Señora (Frauenkirche, en alemán). Este templo, construido en el siglo XVIII, fue casi destruido durante los bombardeos de 1945 durante la Segunda Guerra Mundial. La antigua RDA mantuvo sus ruinas como recuerdo de la destrucción provocada por la guerra, y tras la caída del Muro de Berlín, se comenzó en 1994 su reconstrucción, finalizando en 2005.

Ese interés por cambiar las cosas y tratar de mantener el patrimonio y la esencia de las ciudades también se está viviendo en muchas ciudades de España, donde se están creando movimientos para impulsar estos objetivos. En capitales como San Sebastián o Burgos han surgido grupos locales como «Ancora San Sebastián» y «Resurgir estético Burgos», para «promover la estética de los edificios y la conservación del patrimonio, dentro de esta tendencia que va cogiendo fuerza en amplios sectores sociales», tal y como defienden profesionales como la paisajista e interiorista Ana Robles, del estudio Alter Espacio. Robles es una firme defensora de las ciudades verdes y de cuidar la estética de los edificios y del urbanismo para que estén en contexto y generando un diálogo con el entorno que los rodea.

Incluso hay un premio, el Rafael Manzano de Nueva Arquitectura Tradicional, que busca difundir en España y Portugal el valor de la arquitectura tradicional como referente para la arquitectura de nuestro tiempo, reconociendo la labor de aquellos que han contribuido tanto en la restauración del patrimonio arquitectónico y urbano como en la realización de obras de nueva planta que, basadas en las tradiciones locales, sean capaces de integrarse armónicamente en dichos conjuntos.

Dentro de ese renacer de la reconstrucción de edificios y de cuidar la estética de las nuevas construcciones para que dialoguen con el entorno urbano en el que son construidos, también hay profesionales que denuncian «el panaché edificatorio y chabacano» que se ha llevado a cabo en España en las últimas décadas, tal y como hace el profesor de Composición Arquitectónica en la Politécnica de Madrid Francisco de Gracia en su obra ‘Sin arquitectura’.

Un simple paseo por los barrios de cualquier ciudad aragonesa, o del resto de España, demuestra el escaso cuidado que se ha tenido en la conservación del entramado urbano y de las construcciones que se han ido levantado en las últimas décadas. Ahora, en Zaragoza se está planteando reconstruir un pedazo de nuestra historia con la reconstrucción de la Torre Nueva. En los próximos años veremos si la capital aragonesa recupera ese símbolo y se suma a esa corriente que busca recuperar edificios perdidos, o si por el contrario, su proyecto de reconstrucción vuelve a dormir el sueño de los justos.