Aragón vive su día grande, el día de su patrón San Jorge, que su historia se ha forjado en leyendas únicas, batallas cruentas y lealtades matrimoniales tan meritorias como cualquier otra que relaten en una película de Hollywood. Porque no tiene que venir Spielberg para retratar lo que todos sentimos en el latir de nuestro corazón.

Quizá la duda sea reconocer qué es ser aragonés. Una búsqueda empírica más que teórica. El aragonés no se define por una lengua ni por una cultura única. Ni siquiera por una raza autóctona. Es tan inclusivo como el carácter que apadrina nuestro ser y que nos hace sentir únicos en el día de Aragón.

Aloma Rodríguez escribió sobre la esencia del ‘ser aragonés’, señalando la somardez como una característica distintiva. Esa franqueza peculiar o el escepticismo que cuestiona es algo innato a un aragonés. Desde algunos lugares de la sociología y política aragonesa se insiste en ceñir la identidad aragonesa cuando, en términos antropológicos, es irremediablemente imposible. Esta forma de entender la identidad de forma rígida conduce, como la Historia nos recuerda, en ahondar en la exclusión de aquellos que no encajan en el molde establecido.

Precisamente, cuidar la identidad aragonesa desde las instituciones no debería implicar fijar o premiar unas supuestas esencias identitarias. Más bien, se trata de atender las condiciones sociales y jurídicas que hacen posible el pacto social, que trasciende los límites geográficos, históricos y culturales en los que a menudo se encierra la ciudadanía.

Quizá la identidad aragonesa sea bien definida por nuestros personajes ilustres. Los que con su hacer han pulido los éxitos de nuestra historia con tanto brío que decoran las enciclopedias con su legado, izando la bandera de Aragón alrededor del mundo. Francisco de Goya, Miguel Servet, María Moliner, Baltasar Gracián, el filósofo Avempace, Joaquín Costa, Fernando ‘El Católico’, Josefa Amar y Borbón, Santiago Ramón y Cajal, Luis BuñuelAgustina de Aragón, entre tantísimos otros.

La razón jurídica fundada en el valor del Derecho, la sensatez moral o el buen sentido por lo correcto conforman esa identidad. Sin olvidar el compromiso con la Historia de un territorio que no rehusó emprender su papel protagonista sin construir un sentimiento excluyente.

La Historia de Aragón es la contribución a la verdad ante los usos maniqueos de relatos falsos que construyen identidades nacionales huecas. La identidad de nuestro estatuto de autonomía emana del sentimiento aragonés se fundamenta en la mejor versión de la política: el pactismo con el diferente por el bien común. 

Hay múltiples ejemplos, desde el histórico Compromiso de Caspe a la constitución de un cuatripartito inusual en el Gobierno de Aragón. O el acuerdo de todas las fuerzas políticas -en uno de los parlamentos más plurales del país- con el objetivo de reconstruir la región después de la crisis sanitaria del coronavirus. Una tradición por el pacto que no es tan accesible en el resto del país.

La identidad aragonesa es la virtud de un compromiso con la honradez. La lealtad más absoluta a nuestra identidad sea como cada uno quiera entenderla, con los matices que siempre dan contrastes en un mismo cuerpo.

En todo su término, quizá, ser aragonés implica expresar un sentimiento arraigado en valores como la justicia, la libertad, el respeto al derecho y la tradición. Las que han sido principales señas de identidad del aragonesismo a lo largo del tiempo y que siguen siendo relevantes y vigentes en la actualidad. Lo crucial es adaptar esas convicciones para abordar los nuevos desafíos que llegan, pero manteniendo una conexión cercana con las preocupaciones sociales del momento.

Porque no hay duda que el alma de un aragonés es el mejor ejemplo para España y para Europa: la querencia por el pacto, el respeto extremo por la Ley, el carácter aperturista que abraza al ajeno y el buen juicio por lo correcto. Feliz día de Aragón, feliz día de San Jorge.

*Álvaro Sierra es socio y director de HOY ARAGÓN