La historia de Eloy Montero, gallego de nacimiento y zaragozano de adopción, es la de un auténtico superviviente. Cuenta a HOY ARAGÓN la historia de los que vivió durante tres años, día a día, mientras estaba destinado en el País Vasco dejan sin aire a cualquiera.

A finales de la década de los 70 del siglo XX el terror de ETA, sobre todo dentro de las fronteras de Euskadi, se había socializado. «En aquella época, aunque suene mal decirlo, vivía en el País Vasco mucho cobarde», se sincera Montero.

Apenas tenía 20 años cuando pidió como destino la unidad de antidisturbios, que tenía su centro de operaciones en la zona norte en Logroño. «Pero vivíamos más en el País Vasco que en Logroño. A mi mujer, a quien conocí en la capital riojana, le decía que me iba, y nada más», cuenta este policía nacional jubilado.

Fueron tres años de destino, que parece poco tiempo, pero fueron muy intensos. Eran los años de plomo, como se conoce a la época en la que la banda terrorista ETA atentaba prácticamente todos los días, cuando las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad no estaban lo suficientemente entrenadas para hacer frente a la amenaza.

«La sensación que muchos tuvimos es que estábamos solos. Las instituciones, en aquel momento, no se preocuparon mucho de darnos el apoyo que necesitábamos«, se sincera Montero.

Entonces Isaac vestía de marrón y era tirador experto de su unidad. «Yo me colocaba durante horas en alguna zona de la montaña para, desde allí, dar protección a mis compañeros mientras hacían controles armados en carreteras», recuerda.

Cuando hablamos de la falta de preparación, Montero se acuerda de un detalle que era vital para no sufrir un atentado. «Hacíamos la misma ruta en vehículos como diez días seguidos. A ellos les daba tiempo de saberlo todo sobre nuestras costumbres diarias y les era muy sencillo cometer atentados contra nosotros», dice este ex policía.

Éste fue uno de los motivos por el que sucedió algo de lo que Montero no quiere hablar mucho. Lo tiene guardado en una cajita, dice, y prefiere no abrirla porque le trae muy malos recuerdos. «Solo diré que entrando en el túnel de Behobia en dirección a nuestro cuartel ametrallaron nuestra furgoneta», explica.

Fue uno de los atentados más duros que sufrió la policía nacional a principios de los años 80 y costó la vida a cuatro personas. «Toda mi vida tendré que vivir con aquello pero prefiero no incidir más para no causarme dolor, ni a mi, ni a los míos«, cuenta Montero.

SALIR CORRIENDO CON LO PUESTO

Fue durante el tercer año de servicio en Euskadi cuando la vida de Isaac y su familia dio un cambio radical. «Le decía a mi mujer que cada vez que salíamos por Logroño nos estaban siguiendo; siempre era el mismo coche, las mismas personas», dice Montero que, aún jubilado, sigue mirando por la calle cualquier cosa que le resulte sospechosa.

Un día lo notificó a sus superiores y les llamaron para ver si podían reconocer a algunas personas. «Nos enseñaron las fotografías y reconocí a varios; eran los mismo que nos seguían durante aquellos días», recuerda. Les dijeron que eran miembros de ETA, que estaban en un comando y que preparaban un atentado contra él y su familia.

Ese mismo día, Isaac y su mujer fueron escoltados en un vehículos y sacados a toda prisa de Logroño. Le preguntaron qué destino quería y eligió Zaragoza. «Aquí yo no tenía familia pero mi mujer si. Seguíamos con miedo pero ya no estábamos allí», asegura.

Esta es tan solo una parte de la vivencia de un miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad destinados en Euskadi y objetivos diarios de ETA. Montero lo cuenta porque no quiere que esta parte de su vida se olvide, porque quiere que los jóvenes ahora sepan lo que él y muchos compañeros vivieron. Entre 1968 y 2015, 188 policías nacionales murieron víctimas de grupos terroristas. La mayoría de ellos a manos de etarras. «No quiero que esto se olvide», sentencia Montero.