En el año 711, tras la desaparición del último rey visigodo de Toledo, Rodrigo, en el caos de la batalla de Guadalete, la Península Ibérica cambió de manos con la llegada de las fuerzas islámicas lideradas por Tariq Ibn Ziyad.

La ciudad de Calatayud, estratégicamente ubicada, emergió como un enclave crucial en el dominio islámico, consolidándose con la construcción del fortín Qal’at Ayyub, conocido hoy como Calatayud.

En 1120, el rey Alfonso I de Aragón asedió la ciudad, marcando el inicio de una serie de conflictos que forjarían la historia de Calatayud. Sus imponentes murallas resistieron, y la ciudad pasó a manos aragonesas después de derrotar a un ejército almorávide. El Castillo Mayor, en el centro de la ciudad, se erigió como un bastión clave en este periodo.

A lo largo de la historia, Calatayud enfrentó diversos asedios y combates. Desde el Cid Campeador hasta la Guerra de los Pedros en la Baja Edad Media, la ciudad se mantuvo en pie, aunque sus murallas sufrieron reformas y destrucciones.

El trazado original del complejo defensivo, reformado y destruido en diferentes etapas, sigue siendo un desafío para los investigadores. Pedro IV de Aragón, reconociendo la feroz defensa de Calatayud, otorgó la condición de ciudad y ordenó la reparación del complejo.

En la actualidad, el Castillo Mayor se erige como un testigo de la historia, sus ruinas contando la fascinante narrativa de un enclave que ha resistido los embates del tiempo y la guerra, contribuyendo a la riqueza del patrimonio histórico español.