Si algo nos enseña la crisis del coronavirus es que todo lo que nos rodea es frágil. Desde el entorno familiar hasta el económico y como no, el laboral. A principios de marzo muchos podíamos ver un futuro despejado y asentado. Con las próximas cuotas de la hipoteca pagadas y las tradicionales vacaciones en la playa casi reservadas. Hoy solo seis semanas después ha llegado la primavera y ha traído nubes en el cielo y en las cabezas.


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Mi amigo David me dice que la economía le da igual y yo le digo que él quizás no lo sabe pero no es así. El dinero no es lo más importante sobre todo si lo tienes.

Los próximos meses (muchos) viajaremos en dos letras, V o L, dos letras con las que comienzan dos palabras: vamos y lejos. Pero también son dos letras que muestran la silueta de la recuperación económica y eso le va a afectar David, a mi madre pensionista y sobre todo a los padres de la mejor amiga de mi hija Candela que trabajan sábados y domingos en un restaurante, y no todos.

La V nos llevará rápido a donde estábamos, una cuesta arriba ligera que lleva a la iglesia de muchos pueblos. La L nos transmitirá el paso de un camino sin asfaltar, tortuoso y pesado. Llegas, pero media hora más tarde que en el primero.

En la L habrá mucha gente en desempleo (mucha más de la que ya había) durante mucho tiempo. Y eso ya lo hemos vivido hace poco. Nadie sabe a qué ritmo bailaremos pero sí sabemos algo. Esto pasará, y pasará antes si los que podemos ayudamos a ello.

Debemos concienciarnos de muchas cosas y esta crisis tiene que servir (por lo menos) para ello. Tenemos que apoyar al pequeño comercio y la empresa más cercana.

Aunque su yogur cueste diez céntimos más o sus san jacobos artesanos supongan un esfuerzo inapreciable en el día a día. No debemos olvidar lo que ahora valoramos. Esas pequeñas tiendas están intentando sobrevivir en un contexto en el que nos da miedo entrar a sus establecimientos.

Allí se mantienen a pesar de que su facturación se parece mucho más a la de un mes de agosto que a cualquier primavera. 

Y qué decir de los bares. Nadie sabe cuándo abrirán, nadie sabe cómo abrirán y nadie sabe si dónde antes estábamos 50 clientes ahora tendrá que haber 10. Muchos no serán rentables, sobre todo quizás los más pequeños, pero deben contar con nuestro apoyo.

«Y qué decir de los bares. Nadie sabe cuándo abrirán, nadie sabe cómo abrirán y nadie sabe si dónde antes estábamos 50 clientes ahora tendrá que haber 10»

Cada café servido puede ser una batalla ganada y cada tapa cocinada con cariño será a buen seguro un buen alivio moral y económico.


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En definitiva, debemos apoyarnos los unos a los otros. Hay que saber quién está ahí y quien va a estarlo aunque otra pandemia nos acose con la misma o más virulencia que el coronavirus.

Debemos conocer a nuestros vecinos comerciantes y empresarios para apoyarlos en los momentos más difíciles. Ellos, de repente, han visto cómo su ‘tranquilidad’ económica se va al garete y nadie piensa en su supervivencia.

No son empresas, no son autónomos, son personas que nos dan lo mejor que tienen y aunque en nuestro oasis de tranquilidad diario no lo valoremos, un viernes a las ocho y media de la noche cuando se te ha olvidado comprar una docena de huevos están allí. Ahora, y sobre todo dentro de un mes, es el momento de que llegue el viernes noche y nosotros estemos aunque quizás no lo necesitemos.

*Alberto Sánchez es periodista