La historia de Aragón ha estado repleta de momentos trascendentales que pusieron en riesgo su estabilidad e incluso su existencia. Un buen ejemplo es el Compromiso de Caspe, un hecho histórico que supuso elegir nuevo monarca imponiéndose el triunfo de la razón y la concordia frente a las armas.

Siglos antes, hubo otro momento clave en el que Aragón estuvo a punto de desaparecer. Alfonso I El Batallador, conquistador de Zaragoza, legó sus reinos a las órdenes militares de los Templarios, San Juan y el del Santo Sepulcro, poniendo así fin a la monarquía, y por extensión , al propio reino tal y como se había constituido en las décadas anteriores.

Por suerte, ese inexplicable testamento nunca llegó a materializarse, ya que los nobles aragoneses se reunieron en Jaca y elevaron al trono al hermano del rey fallecido, Ramiro II El Monje, mientras que la nobleza navarra eligió a García el Restaurador.

En ese momento, Ramiro era obispo de la influyente diócesis de Roda-Barbastro. Y tuvo que abandonar su vida religiosa para ascender al trono y evitar el vacío de poder que se produjo tras el testamento de su hermano Alfonso. Así, Ramiro II comenzó a gobernar como rey de Aragón y conde de Sobrarbe y Ribagorza tras ser coronado en Zaragoza en septiembre de 1134.

Pese a no tener experiencia política, Ramiro II gobernó con maestría el reino, sofocando varias revueltas y siendo el artífice del matrimonio de su hija, la futura Reina Petronila, con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Y de ese matrimonio nació el heredero de Corona de Aragón, Alfonso II.

Ese matrimonio surgió por el interés de Aragón por llegar al Mediterráneo (un interés demostrado al realizarse las campañas de Salou, Tortosa y Oropesa), y por el acoso que vivía por parte de navarros y castellanos. Además, con el matrimonio entre Petronila y Ramón Berenguer, se desactivaba el vasallaje del Condado de Barcelona con el rey Alfonso de Castilla, fruto en el pasado de la rivalidad expansionista de los condados catalanes y del propio Reino de Aragón.

El matrimonio se acordó cuando la princesa Petronila contaba tan solo un año de vida, firmándose los esponsales en Barbastro en 1137. La boda no se celebró hasta 1150. Con el matrimonio, Ramón Berenguer IV se convirtió en ‘príncipe de los aragoneses’, y gobernará el reino, dado que Petronila, como mujer, no podía hacerlo. Una vez que Ramiro II aseguró la estabilidad del reino y la línea sucesoria, el monarca se separó de Inés de Poitiers y volvió a su vida religiosa.

Se retiró al monasterio de San Pedro el viejo de Huesca, siendo rey de Aragón hasta su muerte, ya que a Ramón Berenguer le transmitió el poder, pero no el título de monarca. Por su parte, la reina Inés se retiró al monasterio de Santa María de Fontevrault. Los restos del monarca están enterrados en la capilla de San Bartolomé de San Pedro el Viejo de Huesca.

LA LEYENDA DE LA CAMPANA DE HUESCA

La campana de Huesca, obra de José Casado del Alisal

Antes de que Petronila heredara el reino, Ramiro II tuvo que enfrentarse a los mismos nobles que lo habían hecho rey. En ese momento de debilidad de la corona, con un monarca que poco sabía de la política y que provenía del mundo religioso, fueron muchos los nobles que quisieron aprovechar esos momentos para aumentar su poder.

En una de esas disputas entre nobles, el propio monarca aragonés estuvo a punto de perder el trono, teniendo que refugiarse en Besalú. Fue entonces cuando el rey, desesperado por la situación ante unos nobles que no respetaban a un rey monje que no manejaba las armas, pidió consejo a su antiguo abad.

Cuentan las crónicas que Frotardo, abad de Saint Pons de Thomières, no medió palabra ante el emisario del monarca, tan solo le pidió que lo acompañara al huerto, donde descabezó varias coles. Tras hacerlo, le dijo al emisario que volviera junto al rey y que le contara lo que había visto.

Así, Ramiro II anunció que pensaba construir una campana tan grande que se oiría en todos los confines del reino. Los nobles levantiscos acudieron a Huesca para ver la campana y reírse de las ocurrencias del rey, y se les hizo pasar de uno en uno a una habitación donde se suponía que estaba la campana. En esa estancia, fueron degollados los 15 nobles rebeldes. Y con sus cabezas, Ramiro formó un círculo a modo de campana, poniendo en centro haciendo de badajo la cabeza del obispo de Jaca, uno de los principales impulsores de la revuelta contra el monarca. Así lo cuenta la Crónica de  San Juan de la Peña.

Tras formar la campana, el rey invitó al resto de nobles a pasar a la sala para atemorizarlos y someterlos de forma definitiva. Estos hechos quedaron recogidos en la leyenda de la Campana de Huesca, una leyenda que fue plasmada en un cuadro en 1880 por el pintor José Casado del Alisal.