El lenguaje tiene un poder inmenso. Puede ser herramienta de aliento o de destrucción. En el universo de las enfermedades, hay palabras que siguen causando temor y ansiedad. Una de las más destacadas es «cáncer».

A pesar de los grandes avances médicos y los testimonios de supervivencia, el solo nombre sigue desencadenando incontables emociones en el paciente y en su entorno.

La Asociación Española contra el Cáncer (AECC) sostiene que “el cáncer sigue siendo la enfermedad más temida”. Pero, ¿por qué temerla? La sociedad ha avanzado, es cierto, en normalizar la conversación alrededor del cáncer, en gran medida gracias a campañas específicas y testimonios valientes. Sin embargo, el objetivo no es eliminar el miedo, sino hablar de la enfermedad con naturalidad.

La importancia del apoyo psicológico en estos casos es indiscutible. Como señala la AECC, es crucial desde el diagnóstico mismo. Pero aquí radica un reto adicional: cómo proporcionar ese apoyo sin caer en frases o actitudes que, aunque bienintencionadas, pueden ser contraproducentes.

Por ejemplo, minimizar la situación diciendo «No te preocupes, no pasa nada» puede ser más dañino que reconfortante. Es fundamental comprender que cada persona vive su diagnóstico de una manera única y que, aunque los avances médicos son prometedores, la carga emocional y psicológica es considerable.

Del mismo modo, frases como «Tienes que dejarte ayudar» o «Si eres positivo te vas a curar» pueden generar aún más presión sobre la persona afectada. Este tipo de comentarios suele surgir de la idea errónea de que la actitud del paciente determinará el resultado de la enfermedad.

La realidad es que el cáncer, como cualquier otra circunstancia adversa, tiene sus altibajos emocionales.

Resulta vital no sumar negatividad a una situación ya de por sí complicada. Frases como «Es lo peor que te puede pasar» no ayudan, sino que amplifican el temor y la angustia. Por otro lado, cada individuo necesita espacio para expresar sus emociones. Decirle «No digas eso» limita esa expresión y le hace sentir más solo.

Comparar situaciones tampoco es adecuado. Cada persona y cada tipo de cáncer es único. Hacer comparaciones puede resultar, en el mejor de los casos, inútil y, en el peor, desesperanzador.

La lección que debemos aprender de todo esto es la importancia de la empatía genuina. La empatía no se trata de minimizar, comparar o imponer. Se trata de escuchar, comprender y estar presente.