En la búsqueda constante de soluciones rápidas para la pérdida de peso, la dieta Whole 30 ha ganado popularidad al prometer resultados notables en tan solo treinta días. Creada por las nutricionistas Melissa Urban y Dallas Hartwig, su enfoque radical aboga por la eliminación de diversos grupos de alimentos, siguiendo principios de la paleodieta y la Dukan, aunque con particularidades propias.

El Método Whole 30 destaca por su énfasis en alimentos no procesados, como frutas, verduras, carnes magras, huevos, pescados y mariscos, mientras prohíbe fritos, procesados y alcohol. Sin embargo, expertos como la nutricionista Susana León critican su naturaleza «innecesariamente restrictiva«. Los expertos advierten sobre la eliminación de grupos alimenticios altamente nutritivos, como las legumbres, y cuestiona la supresión de lácteos y cereales, considerando estas restricciones excesivas para adultos sanos.

Otra crítica señalada es la incorporación de productos exóticos, como los aminos de coco, sustitutos de la salsa de soja, argumentando que esta elección no se adapta fácilmente a las costumbres alimentarias locales, destacando la disponibilidad del aceite de oliva como alternativa sostenible.

La dieta también limita las comidas a tres al día, prohibiendo las cinco ingestas recomendadas por algunos estudios. Los nutricionistas advierten que esta restricción no contribuye necesariamente a una reducción de peso.

Otros nutricionistas, destacan la necesidad de abandonar la búsqueda de soluciones milagrosas para perder peso y aboga por seguir pautas saludables a largo plazo, sugiriendo escoger alimentos saludables la mayor parte del tiempo y permitir indulgencias ocasionales.

Mientras la dieta Whole 30 ha captado la atención con su promesa de transformación en treinta días, los expertos enfatizan la importancia de enfoques equilibrados y sostenibles para lograr una alimentación saludable y mantener un peso adecuado. La clave, según ellos, radica en adoptar hábitos duraderos en lugar de recurrir a soluciones temporales.