Sin duda, la plaza de San Felipe es una de las plazas más atractivas de la capital aragonesa. Enclavada en el corazón del Casco Histórico a tan solo unos metros de la calle Alfonso I y de la sede de HOY ARAGÓN, esta plaza conserva el sabor de las plazas de antes. Árboles de gran porte, terrazas, niños jugando… Y allí, presidiendo la plaza junto a la iglesia de San Felipe y el Torreón Fortea, se levanta uno de los museos más encantadores de todo el país: el Museo Pablo Gargallo.

Ubicado en un antiguo palacete renacentista, el palacio de los condes de Argillo, el Museo Pablo Gargallo es una encantadora, y para muchos, todavía desconocida, joya museística que forma parte de la red de museos municipales de Zaragoza. Es un museo pequeño y coqueto, muy alejado de los grandes centros museísticos en los que hay que perder todo el día para ver una pequeña parte, y en los que casi hay que pegarse para asomarse a las obras que más nos gustan entre las hordas de turistas que buscan sacarse un selfie ante un cuadro que apenas se han detenido a mirar.

El Pablo Gargallo es todo lo contrario. Es un museo íntimo, en el que merece la pena ir con tranquilidad para disfrutar primero de la fachada de ladrillo cara vista y de ese espectacular alero tan característico de los palacios renacentistas aragoneses, o del patio con su galería de arcos, presidido por una de las obras más impresionantes y sobrecogedoras de Gargallo, ‘El Gran Profeta’… Es ese espacio, con la escultura en medio del patio, tiene algo de mágico. Merece la pena subir por su elegante escalinata dejándose llevar a tiempos pasados, mientras arriba nos espera la obra de este artista de Maella, considerado uno de los escultores más importantes y vanguardistas del siglo XX.

CÓMO ES EL MUSEO PABLO GARGALLO

La galería de arcos del patio acoge parte de la obra de Gargallo /

El edificio que contiene la obra de Gargallo fue construido en el siglo XVII siguiendo los cánones estéticos de la arquitectura civil palaciega aragonesa, en un momento de transición del Renacimiento al barraco. Y en su interior se pueden admirar esculturas, dibujos, grabados y los cartones realizados a modo de patrones para crear su obra.

Gargallo nació en Maella, y tras trasladarse a vivir en Barcelona, entró en contacto con las vanguardias de finales del siglo XIX e inicios del XX, como el modernismo, y con artistas como Picasso, con quien tuvo una estrecha relación, especialmente tras su traslado a París en 1903. Precisamente, en la capital francesa fue donde Gargallo realizó gran parte de su obra.

El museo pudo abrirse en Zaragoza a principios de los años 80. Fue en 1981, durante la celebración del nacimiento de Gargallo, cuando la hija del escultor, Pierrette Gargallo de Anguera, ofreció a Zaragoza su colaboración para crear una fundación dedicada a la obra del escultor. Y por suerte para la ciudad, los astros se conjuraron (algo no muy habitual en esta ciudad cuando hablamos de cultura) al año siguiente, se firmó el acta fundacional del Museo Pablo Gargallo, con el apoyo del Ayuntamiento de la capital aragonesa liderado por Ramón Sainz de Varanda. En ese contrato fundacional, se establecía como condición la creación de un museo monográfico de carácter permanente con la obra del escultor de Maella. Finalmente, el museo se inauguró en julio de 1985, creando así uno de los iconos culturales de la ciudad.

Desde que el museo fue abierto al público, las colecciones de este centro no han parado de crecer gracias a las donaciones de la hija del escultor, a donaciones particulares y a compras realizadas por el ayuntamiento de Zaragoza. Entre las obras más destacadas (o al menos, las que más le gustan a este redactor), se encuentran ‘El Gran Profeta‘, una obra única por la forma de Gargallo de trabajar volúmenes, el espacio y la luz, o ‘Kiki de Montparnasse’. Una cabeza hueca en bronce que representa a esta célebre parisina, muy popular en los ambientes artísticos de la época y habitual musa y modelo de diversos artistas.

‘Urano’, un caballo con una figura masculina tumbada sobre su grupa, las caretas de Faunos o ‘El joven de la margarita (El aragonés)’ son otras de las obras imprescindibles que no hay que dejar de visitar en este museo zaragozano.

Además, en el exterior del museo también pueden verse cuatro obras suyas. En la plaza, frente a la fachada del palacio, pueden verse la pareja de atletas montados a caballo. Estas esculturas fueron encargadas a Gargallo en 1928 para la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, para el Estadio Olímpico de Montjuich. Gracias a la voluntad de los herederos de Gargallo y del Ayuntamiento de Barcelona se pudieron fundir los ejemplares que a día de hoy lucen en la plaza de San Felipe.

También en la confluencia de la calle Candalija con la calle Alfonso, con el fondo del museo y como invitando a los paseantes a acercarse hasta allí, y en la confluencia de Candalija con la plaza de San Felipe, encontramos dos obras más, ‘El Pastor del águila’, y ‘La Vendimiadora’, dos esculturas que fueron diseñadas para ser instaladas en la plaza de Cataluña de Barcelona, y que fueron fundidas en bronce utilizando el modelo original.