Ver anoche a Quevedo en la carpa grande del Espacio Zity de Valdespartera fue comprender en tiempo real la razón de la conmoción que este concierto generó en Zaragoza. La venta de entradas fue frenética, retratando un fenómeno fan que no tiene fin.

Con solo 21 años, Quevedo navega en la cresta de la ola, superando las expectativas de muchos críticos. La abrumadora multitud trascendía la capacidad de la carpa. Muchos eligieron disfrutar del espectáculo a través de una pantalla externa. La multitud entonaba cada palabra como si fuera un canto litúrgico.

Quevedo, en solitario, desplegó un extenso repertorio de canciones breves. A diferencia de su compañera Lola Índigo, no hubo cuerpo de baile. A pesar de la ausencia de músicos en escena, el fervor que emanaba del público era palpable. Las pistas pregrabadas y el uso de autotune no disuadieron a los 14,500 espectadores que se entregaron completamente al artista. La demanda fue tal que muchos tuvieron que conformarse con ver el espectáculo en pantallas exteriores.

Desde su saludo inicial, «Buenas noches, Zaragoza», Quevedo mantuvo al público en vilo con su cadencia de éxitos. Su energía en el escenario, moviéndose incansablemente de un lado a otro, fue la única coreografía que necesitó. El uso del autotune, tan identificado con el artista, deja a muchos preguntándose sobre la verdadera voz del canario.

Sin duda, el fenómeno Quevedo ha dejado una huella imborrable en Zaragoza. En una noche, demostró que, más allá de las críticas y el debate sobre la autenticidad en la música, su capacidad para conectar con la audiencia es indiscutible.