Este año se celebra la decimoséptima edición de la Semana del Emprendimiento en Aragón. Se trata de una iniciativa de la Fundación Aragón Emprende que promueve el impulso del espíritu emprendedor en nuestra comunidad.

Y es que son los emprendedores, esas personas capaces de transformar sus sueños en realidad, los que activan nuestra economía, generan empleo y mejoran nuestra calidad de vida. Sin emprendedores no habría empresas, y sin empresas nuestra sociedad se deshilvanaría por completo, evaporándose cualquier posibilidad de generación de riqueza.

Sin embargo, nuestra herencia cultural nos bombardea desde la infancia con mensajes dirigidos contra la línea de flotación del espíritu emprendedor. Durante varias generaciones el binomio “estudia mucho” y “encuentra un buen empleo” ha sido utilizado como sinónimo de éxito en la vida. Y en España, particularmente, este binomio se completa con un tercer elemento: “y si puedes, sácate una plaza para toda la vida en la Administración”.

Evidentemente, a nivel individual, no hay nada de malo en estudiar mucho, obtener uno o varios títulos universitarios y encontrar trabajo en una buena compañía, o en su caso luchar por sacar adelante una oposición y disfrutar de cierta estabilidad laboral. El problema viene cuando se encuentra fijada la creencia de que ésa es la única manera de ser feliz y por lo tanto un porcentaje extremadamente alto de nuestra sociedad persigue ese objetivo.

Según el último informe GEM (Global Entrepreneurship Monitor) de Aragón, presentado el pasado 23 de octubre, solamente el 5% de los aragoneses mayores de 18 años deciden emprender. Este indicador se conoce como el Índice de Actividad Emprendedora y en Aragón nos encontramos por debajo de la media española, situada en el 6%. Se trata de cifras extremadamente bajas que nos hacen sonrojar si las comparamos con algunos otros países como Francia (9,5%), Países Bajos (12%) o Estados Unidos (19%).

¿A qué se debe este bajo espíritu emprendedor de la sociedad aragonesa, y de la española en general? Fundamentalmente a dos elementos: el factor cultural y el sistema educativo. Sobre el factor cultural ya he hablado previamente y es una auténtica trituradora de vocaciones emprendedoras. Cuando alguien decide montar un negocio por su cuenta (especialmente si no es de los considerados tradicionales) se le tacha de loco y pobre ingenuo. La gente que se supone que le quiere trata de convencerle de que abandone sus sueños infantiloides y se busque un trabajo de verdad.

Y qué decir de nuestro sistema educativo (me refiero al sistema educativo de la civilización occidental en su conjunto). Fue diseñado en el siglo XIX con un único objetivo, proveer de mano de obra a las empresas surgidas tras la Revolución Industrial. Y así, nuestras escuelas son una réplica de las fábricas de hace 150 años.

Juntamos a nuestros hijos por fecha de fabricación (año de nacimiento) y los vamos pasando por la cadena de montaje (asignatura tras asignatura, curso tras curso). Al final, quien tiene éxito en el colegio es aquel que cumple órdenes y memoriza lo que viene en los libros; graduarse hoy en día es sinónimo de haberse convertido en el perfecto empleado.

Afortunadamente, a pesar de la trituradora cultural y de nuestras escuelas/cadenas de montaje, todavía hay soñadores que abandonan su zona de confort (puede que incluso, ¡oh sacrilegio!, hasta una nómina fija) y deciden convertir sus sueños en realidad. Estos emprendedores son héroes y heroínas que luchan contra la resistencia de su entorno personal y la imbricada normativa a la hora de montar una empresa.

Son héroes y heroínas que merecen todo nuestro respeto y apoyo. Son un ejemplo de superación, resiliencia y perseverancia.

Necesitamos más soñadores, necesitamos más emprendedores.