Montpellier es una de esas ciudades francesas que sorprende. Por la arquitectura, por la gastronomía, por sus comercios… Y sobre todo, por la vitalidad de sus calles. Situada a algo menos de cinco horas de AVE desde la capital aragonesa, Montpellier es una ciudad cargada de historia que bien merece una escapada para perderse por su casco urbano y disfrutar de su ambiente y de su patrimonio-histórico artístico y de su arquitectura puntera.

Esa vitalidad tiene en parte una explicación. Una parte importante de la población de esta ciudad que no llega a los 300.000 habitantes no tiene más de 35 años. Y eso se nota en el ritmo de vida de esta urbe del sur de Francia que deberías apuntar en tu lista de destinos pendientes si ya conoces Burdeos o Toulouse.

Porque además, y aunque hay turismo, en Montpellier todavía puede respirarse el ambiente de cualquier ciudad sin gentrificar pese a que está a pocos kilómetros del Mediterráneo y en una zona en la que hay destinos turísticos de primer orden como Saint-Tropez, Niza o Marsella.

QUÉ VER EN MONTPELLIER

Montpellier
El casco histórico medieval está repleto de rincones únicos / Christian VDZ

A diferencia de Nimes o de otras ciudades de la zona, Montpellier no tiene legado romano. Hay que buscar sus raíces en la Edad Media. Y encontrar esas raíces es fácil, ya que la ciudad cuenta con un casco medieval perfectamente conservado, L’Ecusson. Precisamente allí, es donde aconsejamos comenzar la visita. ¿Nuestro consejo? Que te olvides de mapas y de Google Maps para que te pierdas por el entramado de calles y callejones con fachadas en color piedra, ellas disfrutando de la esencia de las calles, y de los patios de los hôtels (palacetes) construidos en los siglos XVII y XVIII, o de negocios que en muchas ciudades han desaparecido.

Porque si por algo sorprende esta ciudad es por la vitalidad y variedad de su comercio. Desde las boutiques de moda francesa, a tiendas de decoración, talleres de violines, de encuadernación de libros… Un entramado histórico, cultural y económico que resiste al paso de los años y a las ventas de Amazon, demostrando que la vida urbana y comercial sigue siendo posible, además de necesaria, en este siglo XXI.

El edificio de la Ópera fue construido a finales del siglo XIX /  Leon Pauleikhoff 

Una vez recorrido a conciencia el casco medieval de Montpellier, nada mejor que encaminarse hacia la plaza de la Comédie para disfrutar de la ‘grandeur’ francesa. Esta plaza de forma ovalada, epicentro de la ciudad, separa la parte histórica de la moderna. Y en ella podemos ver la Fuente de las Tres Gracias, o el espectacular edificio de la ópera, construido en 1888. Esta plaza peatonal conecta con L’Esplanade Charles de Gaulle, una alameda de 500 metros llenas de estanques, fuentes, zonas de juego y terrazas donde tomarse algo.

La Catedral de Saint-Pierre, de estilo gótico meridional y única iglesia medieval del Écuson que sobrevivió a las guerras de religión, es otro de los lugares que hay que ver en Montpellier. Situada al fondo de la plaza de la Canourgue junto a la Facultad de Medicina, en este templo destaca especialmente su fachada, ya que cuenta con dos grandes pilares circulares exentos que sostienen un baldaquino.

A un paso de la catedral se encuentra el Jardín de Plantas, el jardín botánico más antiguo de Francia ya que se creó en 1593 por Henri IV para formar a los futuros médicos y boticarios. En la actualidad está gestionado por la universidad de Montpellier, y se puede acceder y pasear por sus caminos libremente.

Desde el Jardín Botánico, subiendo por el boulevard Henri IV (donde hay varias terrazas para tomarse algo, podemos acercarnos a la Porte du Peyrou, un arco triunfal inspirado en la puerta de Saint Denis de París y que fue levantado por el arquitecto François D’Orbay para rendir homenaje a Luis XIV sustituyendo a una de las puertas de la muralla.

La Porte Peyrou da acceso al casco histórico / Paul Melki

Al lado del arco de triunfo hay una gran explanada, el Paseo Peyrou. Una zona en la que hay una estatua dedicada también a Luis XIV, y desde donde hay unas vistas espectaculares de la parte baja de la ciudad. Al final de este paseo también podemos ver un gran acueducto del siglo XVIII que servía para abastecer de agua a la ciudad. En la actualidad se conservan alrededor de 800 metros, pero esta obra hidráulica llegó a tener más de 14 kilómetros.

En Montpellier hay varios museos, pero si vas a pasar un fin de semana, y dado que hay que elegir porque no se llega a todo, nuestra recomendación es que visites el Museo Fabre, donde se puede recorrer la historia del arte europeo mediante 800 obras, 90 grabados y 3.500 dibujos, con nombres como Veronese, Poussin, Rubens, Delacroix o Zurbarán.

Si tienes tiempo, tampoco estaría de más visitar los «Folies», unos impresionantes palacios construidos a finales del siglo XVII por la alta sociedad de Montpellier. Entre ellos, destaca el Château de Flaugergues, un increíble palacio rodeado de viñas, o el Château de la Mogère, un ‘folie’ con un parque transformado en jardín inglés en el siglo XX y, más tarde de nuevo en jardín francés a partir de un antiguo plano. Tampoco hay que perderse el Château d’Ô, un palacete que tiene un jardín de ensueño que un perfecto ejemplo de los jardines del siglo XVIII.

El Árbol Blanco, uno de los referentes del Montpellier contemporáneo / Maes Joséphine

Si os gusta la arquitectura y el urbanismo, tampoco podéis dejar de visitar el barrio de Antigone, una zona residencial diseñada por el arquitecto Ricardo Bofill en los años 70 con edificios de estilo neogriego. En el ámbito de la arquitectura contemporánea, puedes visitar el Árbol Blanco, un edificio de 17 plantas construido por Sou Fujimoto, Nicolas Laisné, Dimitri Roussel y OXO Architectes que tiene balcones emulando ramas que se extienden desde el tronco y que protegen la fachada de este edificio mediante sombras irregulares. El edificio, un prodigio técnico, está construido a prueba de terremotos. Y en la azotea hay un jardín desde el que hay unas espectaculares vistas de la ciudad.

Para acabar, tampoco hay que dejar de visitar los mercados de la ciudad, para comprar y degustar quesos, patés, panes y platos preparados, entre otras muchas delicias gastronómicas de la gastronomía francesa.