En el año 2105, la ciudad de Zaragoza se encontraba inmersa en una etapa de transformación radical, marcada por avances tecnológicos y el impacto del cambio climático. Estos factores habían desencadenado una serie de eventos que llevaron a la ciudad hacia un punto de no retorno. Las temperaturas extremas y la escasez de recursos naturales habían convertido a Zaragoza en un territorio inhóspito para la vida humana.

Con el paso de los años, la población de la ciudad experimentó una drástica disminución. Muchos residentes se vieron obligados a abandonar sus hogares en busca de condiciones de vida más favorables en otras regiones. Aquellos que permanecieron enfrentaban una lucha constante por la supervivencia en un entorno hostil y desafiante.

Los monumentos y edificios históricos, que en el pasado habían sido motivo de orgullo para la ciudad, comenzaron a deteriorarse debido a las inclemencias del tiempo y la ausencia de mantenimiento. Las calles, antes llenas de actividad y bullicio, se volvieron silenciosas y desoladas.

A pesar de los esfuerzos de algunos residentes por resistir y adaptarse a la nueva realidad, el declive de Zaragoza era innegable. Tanto los gobiernos locales como los nacionales intentaron implementar soluciones, pero las condiciones extremas hicieron que sus esfuerzos fueran insuficientes. Los ríos que solían atravesar la ciudad, como el caudaloso río Ebro, habían desaparecido por completo, dejando atrás cauces secos de arena y piedra.

Finalmente, llegó un momento en el que la situación se tornó insostenible. Las autoridades se vieron obligadas a tomar la dolorosa decisión de evacuar por completo la ciudad. Los últimos habitantes se despidieron con nostalgia de sus hogares, dejando atrás una urbe que en su día había estado repleta de vida y energía.

Con el paso del tiempo, la naturaleza comenzó a reclamar su espacio en la ciudad abandonada. La vegetación y la fauna regresaron de manera gradual, cubriendo las calles y edificios vacíos con un manto de vida silvestre. Zaragoza se transformó en una especie de ruina moderna, un testimonio de lo que alguna vez había sido.

A medida que las décadas transcurrieron, las historias sobre la antigua Zaragoza se entremezclaron con la leyenda y el mito. Aventureros viajeros se aventuraban en las ruinas en busca de tesoros ocultos y secretos perdidos. La ciudad había pasado de ser un centro de actividad urbana a un lugar enigmático y misterioso.

La narrativa de la ciudad de Zaragoza se convirtió en una lección sobre la fragilidad de las urbes y la importancia de cuidar el entorno natural. La leyenda de Zaragoza perduró a lo largo de las generaciones, recordando a la humanidad que incluso las ciudades más grandes podían caer si no se tomaban medidas para preservar el mundo que las rodeaba.